miércoles, 3 de octubre de 2012

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El Maltrato de la Mujer

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--> Hay puntos extremos en la arbitrariedad social en que se encuentra la humanidad. La actitud respecto a la mujer fluctúa aún en formas peculiares altamente discutibles. Las ocasiones sobrepasan fronteras y destinos entre tinieblas de incertidumbres ¿o de realidades?
La animadversión contra la mujer en la sociedad es, desgraciadamente, tan antigua que se remonta a los principios de la humanidad.
En muchos países y colectivos, el nacimiento de una niña no se ve con buenos ojos. Ello explica, en parte, que los trabajos más innobles eran y son desempeñados por la mujer.
Los griegos quisieron darle mas categoría y la alzaron un escalón más, para que fueran las madres de los soldados o de siervos según fuera su posición.
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Es preciso, indispensable y obligatorio, examinar precarias situaciones, las cuales deterioran la parte humana de la mujer. Hay que aumentar su participación, para que de una vez por todas se acabe con la degradación femenina.
El cristianismo también se dejó notar llamándolas “hijas del demonio” y “vasos de impurezas” (San Agustín ). Recuerdo que sólo en el Concilio de Nicea se aceptó, en apurada votación, que la mujer tenía alma. Más tarde la Iglesia nos decía al final en el sacramento del matrimonio: “Compañera te doy y no sierva”. Amén.
En todas los épocas la mujer ha sido objeto subyacente del hombre. Esto implica que, en la actualidad, la mujer siga sufriendo maltratos, esté cuestionada en algunos puestos de trabajo pese a que lo desarrollen con maneras impecables.
Cuántas veces oímos –el “cuento de nunca acabar”– en telediarios… “el numero de víctimas por maltratos aumenta considerablemente en…” ¡Basta ya! La violencia en el trato de la mujer establece una desigualdad fehaciente entre el hombre y la mujer. Provoca que sea subyugada en contra de su voluntad (indígenas, refugiadas, inmigrantes, indigentes, violadas, rurales, reclusas, niñas, ancianas, discapacitadas)…
¡No importa! lo único que vale en estos casos es el hecho de ser mujer.
El artículo III de los Derechos Humanos dice textualmente: “Las mujeres tendrán derecho a ocupar cargos públicos y a ejercer todas las funciones públicas establecidas por la legislación nacional, en igualdad de condiciones con los hombres, sin discriminación alguna”.
Si hablamos de la mujer inmigrante, en ella recae el trabajo más desechado. Reflexionemos que un gran número de ellas están en posesión de títulos superiores. Pienso: si una mujer es, por ejemplo, especialista en alguna rama de medicina en su país, ¿aquí no sería útil?
Muchas de las personas que realizan este tipo de trabajos, en muchos casos, no obtienen otros derechos (seguridad social, desempleo, horas y pagas extras, vacaciones y festivos, etcétera), sólo tienen el abuso de sus contratantes. Desgraciadamente, cuántos acosos sufren por el simple hecho de ser mujeres y ¡si además es inmigrante…!
La mujer siempre ha tenido ese rol en la historia o una forma similar. Pero con interpretación machista, dominador de la mujer, a la que muchas veces solo ve desde la genitalización.
Es imprescindible un esclarecimiento claro. Unas leyes que comporten el abandono de este tipo de vejaciones; un fuerte compromiso del Estado que erradique de una vez por todas la barbarie a que son sometidas. Esto traerá, por consiguiente, el que sean respetadas.
La mujer tiene derecho a la vida, igualdad, libertad, defensa, seguridad, trabajo justo y en ningún caso a ser torturada; más aún: en el caso de que se produzcan prever sanciones fuertes para este tipo de delitos. Hay que suprimir los malos tratos y mentalizar a aquellos que recurren fácilmente a esta forma de expresar su condición y sobre todo cooperar para evitar tales actos canallescos.
En definitiva, hay que exterminar estas trabas sociales en las relaciones hombre-mujer, para que exista más equidad y garantizar el desarrollo de la sociedad en este nuevo milenio y de una vez por todas abordar lo que se tiene que hacer con nuevos paradigmas. Son esos esfuerzos con los que hay que apoyar a la mujer, sin distinción de raza, género, sexualidad… devolverles la situación en los derechos, incluyendo también las diferencias entre ellas. Si es preciso, discutir las discrepancias existentes que las separan y buscar la unión que de todos es sabido es la que hace la fuerza.
Como dice Isabel Agüera, docta en este tema: “Tendrá que pasar esta generación, y esperar en que la siguiente, nuestros hijos, entiendan más de igualdad y libertad, si es que los educamos en ello”.
En esta cuestión, Andalucía es pionera en cuanto a legislación. Ya está elaborado el borrador para la nueva Ley de Igualdad entre Hombres y Mujeres, de hecho en los centros docentes no universitarios se está implantando el programa Averroes de la Junta de Andalucía.
Alguien me acusará de no hablar del maltrato masculino. Existe. Hay que evitarlo. Pero reconozcamos que, proporcionalmente hablando, la mujer, por circunstancias históricas, políticas, religiosas, sociales, etcétera, es la víctima mayoritaria de este execrable crimen.

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